Cuando muera

Cuando muera,
has con mi cuerpo como quieras;
incinéralo, destázalo o entiérralo;
guárdalo en una urna, en un relicario o un cajón;
arrójalo al río, al viento o las hienas,
o has con él, como que quieras;
incluso, puedes traer un sacerdote o un pastor;
celebrar misa de réquiem solemne si te place
o si prefieres llevarlo directo y sin escalas al panteón.

Sí, cuando muera,
has con mi cuerpo cómo quieras,
¿no ves que ya no moro en él?
y hónrame cómo dicte tu corazón,
¿no ves que las ceremonias no son para los muertos,
si no para los vivos que quedan después de él?
Lo que a tu corazón reconforte y plazca,
al mío también lo hará,
pues si acaso algo de mi queda,
quedará unido a él.

Morpheus Amorfo

El problema de Dios


Es ineludible para quien reflexiona sobre la existencia, el hacerlo sobre la de Dios, después de todo esta idea ha sido una de las más influyentes en la historia de la humanidad, ya que la noción de lo trascendente y sobrenatural en sus múltiples variantes fue uno de los factores que impulsó a los reducidos grupos humanos primitivos a reunirse en sociedades más complejas formando civilizaciones e imperios propiciando así, el progreso humano. Esta idea, posiblemente innata, que en un inicio se manifestaba en la divinización de los fenómenos naturales, incomprensibles para el hombre de ese tiempo, evolucionó a la concepción más común, monoteísta y antropomórfica de las religiones judeocristianas actuales. Los religiosos o creyentes más dogmáticos considerarán el cuestionamiento, si no blasfemo o pecaminoso, tal vez innecesario, pues la respuesta es obvia; por su parte, los ateos también considerarán la pregunta como algo banal, la respuesta es obvia; en cambio, los escépticos se preguntarán ¿y cómo saben? y los agnósticos dirán que no es posible saber o quizá no le den mucha importancia. Y este es precisamente, el problema de Dios, el Incognoscible, el Indemostrable, quizá… el Inexistente.

Al Mustafkir

Enjambre

Nadie sabe de dónde vinieron. Llegaron por miles viajando a través de las tuberías de agua, como un enjambre. Apenas se les distinguía, sin embargo su presencia era evidente por dolorosa. Se encarnaban en la piel, se introducían por todos los orificios corporales; irritando, desgarrando, alimentándose. Seguían los caminos húmedos, llegaban a meterse por la uretra y viajar hasta la vejiga, los riñones y finalmente… la sangre. La sangre es lo que buscaban con más avidez, al parecer era su alimento favorito. La víctima desahuciada no podía más que en medio de aquel terrible sufrimiento esperar la muerte o más bien, desearla. Desearla con el mismo furor y vehemencia con que ellos deseaban la sangre, la carne y la vida de su desdichada presa. Vida que tomaban poco a poco tomándose su tiempo, con la paciencia de quien sabe que ha ganado, que es invencible o inconsciente de su propia existencia como una máquina sin propósito o con el despropósito de causar el mayor dolor posible durante el mayor tiempo posible. Así como llegaron se fueron, nadie sabe a dónde.

Morpheus Amorfo

Las aguas del Leteo

De las apacibles y cristalinas aguas de este río
a diario un refrescante sorbo bebo,
es bálsamo medicinal que las cicatrices desvanece,
pero que en exceso en veneno mortal se convierte,
pues consigo se lleva no solo pesares y dolores,
sino también dichas y placeres,
distantes lugares, fugaces amores y viejas amistades.
Así son las aguas de éste río,
a veces apacibles y cristalinas,
a veces turbias y violentas,
Así son las aguas del Leteo
del que a diario, un sorbo bebo.

MOrpheus AMOrpho